martes, 17 de agosto de 2010

El hombre del camino

En cierta ocasión, me encontraba viajando a la ciudad de Nnnn. Llevaba ya tres horas manejando y mis piernas empezaron a adormecerse por lo que decidí aparcar el auto a un lado de la solitaria carretera y caminar un poco. Estaba cercana la hora del crepúsculo, y el aire tenía ya aquel típico frío nocturno. Me detuve un momento a contemplar el amplio bosque de eucaliptos que se mecía en lo alto de la montaña; luego, intenté ver el río de agua lodosa que pasaba por el valle. Fue entonces cuando oí el sonido de una rama seca siendo quebrada; pensé que podría deberse al viento; luego, no volví a oír más. De nuevo alargué el cuello para observar el paso del río y fue cuando vi aparecer la poblada coronilla de una cabeza hacia mí, la colina por la que subía era sumamente empinada, razón por la que me sorprendió aún más la velocidad a la que se acercaba. Apenas di dos pasos atrás y un hombre apareció frente a mí, alzó su cabeza al instante. Medía cerca de 1.8 m, de cabello negro, sencilla ropa de tela, zapatos de calidad pero viejos, y con barba de alguien que no se rasurado por tres días. Como no me miró a mí sino al auto, pensé de inmediato lo peor; sin embargo, yo tenía la ventaja de estar más cerca de la puerta así que me apresuré a hacerlo; ni bien había terminado de trazar mi plan cuando él habló con voz gutural:
-Llévame -dijo.
-¿A dónde vas? -pregunté, más por inercia que por amabilidad.
-A donde vas tú.
-Pueda que yo no vaya a donde tú vas.
-Todos vamos al mismo lado, a la final -dijo disminuyendo una octava el volumen de su voz, y volvió a bajar su cabeza y mirada al piso. Dí vuelta y abrí la puerta del auto, y no sé cómo llegó tan pronto pero él me cogió del brazo y yo sentí un escalofrío por todo el cuerpo.
-Llévame -dijo nuevamente.
Por supuesto que ahora por nada del mundo lo llevaría en mi auto, la reminiscencia del escalofrío me ocupaba  toda la mente.
-Llévame -volvió a decir.
No me importaba saber nada más de aquel hombre, pero ya que no soltaba mi brazo pensé en preguntarle algo con el fin de distraerlo un poco:
-¿Cómo llegó usted hasta aquí? 
Él no contestó de inmediato, parecía confundido por la pregunta; luego, sus ojos se volvieron llorosos y aflojó su mano de mi brazo.
Debería haber entrado en el auto y marcharme en el acto, pero alguna desconocida razón me lo impidió y permanecí en el mismo lugar deseando escuchar una respuesta.

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