lunes, 23 de agosto de 2010

Suciedad

Me levanto. Media ebria por tanto dormir, media sobria por falta de vino. Piso algo violeta en el piso, y me río con ganas; debe ser algo de él, su camisa llena de sudor seco o sus calzoncillos. No entiendo su lío con el violeta, él no es ni gótico ni gay, es un heterosexual que no milita ninguna tribu urbana; otro más. Me pica la cabeza, mis greñas desean algo de limpieza y mis ojos algo de luz. Me lo niego, no moriré por suciedad; en cuanto a la luz, es mi mayor placer jugar a ver luces en la oscuridad. Hay un olor muy concentrado en la habitación, y no es desagradable. Intento sacar al aire mi parte de sabueso, pero no logro nada. Ahora ya no sé ni para qué me levanté, doy un giro completo con una enorme sonrisa en el rostro, tal vez el pensamiento que se me acaba de ir decida volver a mi cabeza si es que me muestro amable. No lo hace. Y no es la primera vez que me pasa, así que decido comenzar a fabricar otra idea, se resiste a ser formada, yo la jalo hacia el exterior, pero ella es como un chicle, se estira demasiado y yo dejo de presionarla por miedo a romperla. !Ah! Ya vendrá otra luego. Me toco la mejilla derecha, palpo dos grasosos granos, era predecible igual que la mucha cera en mis oídos, y por culpa de ellos estoy casi sorda aunque no podré asegurarlo porque en este sitio siempre ha existido un delicioso silencio. La piel de todo mi cuerpo está áspera, es fácil comprobarlo porque estoy desnuda, cuando vives en la oscuridad no necesitas tapar tus vergüenzas, esa es la ventaja, en la oscuridad eres libre y nada más. Mi boca es otro cuento, con mi uña puedo pelar una capa de no sé qué sobre mis dientes y escarbar en la otra gorda capa sobre mi lengua, apuesto a que si comiera algo no podría sentirle el sabor porque mis papilas gustativas estás ahogadas en la comida que consumí hace cuatro días... o seis días, no lo sé. Las uñas las tengo de mediano tamaño porque las he mordisqueado y por eso es que están mochas. Siento lagañas en mis ojos, y no son las únicas secreciones secas en mi cuerpo. Sí, así es, lo he hecho seguido por varios días. No importa nada, total todo esto es una mierda, hace tiempo que perdí el sentido, y mejor me vuelvo a dormir no vaya a ser que alguna pulcra idea intente meterse en mi cabeza. 

domingo, 22 de agosto de 2010

Mañanita

Muy muy muy temprano, el cerebro ya empieza a elaborar sus aberraciones desde antes de despertarse. Comienza con un poco de sueños psicodélicos en los que algún extraterrestre del tamaño de nuestro sistema solar nos usa como sazón en sus comidas; él dice: "y luego le agregamos una pizca de humanidad", ahí es cuando agarra a nuestro planeta, la tierra, y lo empieza a sacudir como a un salero y entonces caen algunos miles de cadáveres, él ve lo que ha caído: "oh, vaya, ha sido gente africana, !qué bien!, eso le dará un poco de color a la comida". Luego viene el sueño en el que los postes de energía eléctrica son reemplazados por enormes humanos que permanecen quietos. Carece de sentido, igual que ver a un pescado junto a un candelabro vacío. Ver un cementerio en el que las flores secas rejuvenecen y vuelven a ser frescas y fragantes, y las criptas son abiertas desde dentro por personas que jamás murieron. O el vaso de metal sobre el que desembocan cinco ríos pero que jamás se llena. Los grafos que la mano no puede escribir. La historia innarrable. Y la telekinesis en sueños.

martes, 17 de agosto de 2010

El hombre del camino

En cierta ocasión, me encontraba viajando a la ciudad de Nnnn. Llevaba ya tres horas manejando y mis piernas empezaron a adormecerse por lo que decidí aparcar el auto a un lado de la solitaria carretera y caminar un poco. Estaba cercana la hora del crepúsculo, y el aire tenía ya aquel típico frío nocturno. Me detuve un momento a contemplar el amplio bosque de eucaliptos que se mecía en lo alto de la montaña; luego, intenté ver el río de agua lodosa que pasaba por el valle. Fue entonces cuando oí el sonido de una rama seca siendo quebrada; pensé que podría deberse al viento; luego, no volví a oír más. De nuevo alargué el cuello para observar el paso del río y fue cuando vi aparecer la poblada coronilla de una cabeza hacia mí, la colina por la que subía era sumamente empinada, razón por la que me sorprendió aún más la velocidad a la que se acercaba. Apenas di dos pasos atrás y un hombre apareció frente a mí, alzó su cabeza al instante. Medía cerca de 1.8 m, de cabello negro, sencilla ropa de tela, zapatos de calidad pero viejos, y con barba de alguien que no se rasurado por tres días. Como no me miró a mí sino al auto, pensé de inmediato lo peor; sin embargo, yo tenía la ventaja de estar más cerca de la puerta así que me apresuré a hacerlo; ni bien había terminado de trazar mi plan cuando él habló con voz gutural:
-Llévame -dijo.
-¿A dónde vas? -pregunté, más por inercia que por amabilidad.
-A donde vas tú.
-Pueda que yo no vaya a donde tú vas.
-Todos vamos al mismo lado, a la final -dijo disminuyendo una octava el volumen de su voz, y volvió a bajar su cabeza y mirada al piso. Dí vuelta y abrí la puerta del auto, y no sé cómo llegó tan pronto pero él me cogió del brazo y yo sentí un escalofrío por todo el cuerpo.
-Llévame -dijo nuevamente.
Por supuesto que ahora por nada del mundo lo llevaría en mi auto, la reminiscencia del escalofrío me ocupaba  toda la mente.
-Llévame -volvió a decir.
No me importaba saber nada más de aquel hombre, pero ya que no soltaba mi brazo pensé en preguntarle algo con el fin de distraerlo un poco:
-¿Cómo llegó usted hasta aquí? 
Él no contestó de inmediato, parecía confundido por la pregunta; luego, sus ojos se volvieron llorosos y aflojó su mano de mi brazo.
Debería haber entrado en el auto y marcharme en el acto, pero alguna desconocida razón me lo impidió y permanecí en el mismo lugar deseando escuchar una respuesta.

lunes, 9 de agosto de 2010

Conversaciones estúpidas

-¿Tienes novio? - dijo una, supuestamente, amiga.
-No -con el tono más aburrido que pude encontrar.
-¿Por qué? -haciéndose la sorprendida, con mirada de 'oh, tu eres hermosa, ¿cómo es eso posible?'
-No lo sé, me da pereza -dije esperando a que se rinda ante lo absurdo.
-¿Y eso qué tiene que ver? -responde, y yo acepto que su cerebro hace tiempo está en 'off'
Maldita sea, ni siquiera tengo ganas de terminar la nada inteligente conversación que me vi obligada a mantener. A la final, como sea, le dije que me vale, todo me vale, ¿y qué? Pues nada, ella se fue pensando en que soy una sufridora. Y yo me fui alegre a seguir pensando en que la vida apesta.



"-... Hay ciertas cosas que jamás deben ser cambiadas de lugar
-¿Cómo qué?
-Como el papel higiénico, !demonios!, ¿creen que no es desesperante pensar que se acabó? "



Otra:
"(a falta de algo que decir) -...hoy es miércoles
                                         - sí, así es, todo el día"


...en vivo, trasmitiendo desde el más calentito infierno.

Bufón

He aquí la historia del payaso más triste. Para quien la vida estaba en blanco y negro, a diferencia del colorido maquillaje de su rostro. Le diagnosticaron síndrome bipolar, llamado también síndrome maníaco depresivo. Este conocido payasito aprendió a controlar su enfermedad, y por ello se volvió tan popular como desdichado. Luego de su jornada, no mayor a cuatro horas pues era su máximo, en la que había arrancado tantas risas niños y adultos por igual; se dirigía apresurado a su habitación, en busca de soledad y tristeza. Una habitación sucia, sin energía eléctrica ni de ningún otro tipo, una a la que ni siquiera las cucarachas se aventuraban a explorar, una tan melancólica que sólo la solitaria luna se atrevía a visitar con su plateada luz. Una habitación que, aunque estaba en el último piso, tenía suelo de tierra, tierra estéril como el corazón del desnudo y tibio cuerpo humano que solía acurrucarse en ella. Por eso el payaso siempre olía a tierra, a los niños no les importaba y a los padres les parecía que era porque jugaba con los niños en el jardín, más ni en sus peores sospechas pensarían que era porque él gustaba de cavar un hoyo y permanecer oculto en él. Hacer de bufón era su necesidad, debía ejecutar sus enérgicas rutinas, recitar bromas hasta provocar dolor abdominal en sus espectadores, y esperar hasta que la depresión apareciese. Aquella profesión era la única forma de pasar por desapercibido su enfermedad. Pero había algo más, siempre lo hubo. Los niños; ah, los niños, con sus bien alimentados miembros, sus delicadas pieles, sus suaves cabellos, sus brillantes ojos y sus dulces y pequeños labios. Se parecían demasiado, sí, demasiado a la tierra en la que se envolvía, a la tierra que acostumbraba moler con sus manos, oh, ambos eran tan frágiles, tan insignificantes pero tan llamativos. ¿Cómo poder negarse a estrujarlos?, ellos parecían invitarlo a hacerlo, le mostraban sus pequeñas y rosaditas mejillas, ah, sus perfectas mejillas lucían tan deliciosas como la goma de mascar que con tanto gusto consumían los pequeños, y aquellas manitas gorditas como un bollo, oh no, pero, ¿quién podría negarse? Oh, solo eran humanos pequeñitos, antes de hacerse más ridículos e idiotas, pero es que se veían tan apetitosos, como la tierra, exactamente, sí. 
Cada vez que estaba en su hueco de tierra, era en cambio su suplicio, quería morir, para escapar del otro ser que lo habitaba y que anhelaba estrangular a los pequeños, o pincharlos pensando en que eran globos. Morir, sin embargo, era dejar de sufrir, y el payaso triste sólo quería vivir enfermizamente deprimido, ojalá pudiera quedarse por siempre en ese hueco, respirando desde ahí el húmedo aire de la mañana, la calidez del sol por la tarde y recibiendo, en su cuerpo desnudo por tener así mayor sensibilidad, la nocturna caricia astral.


lunes, 2 de agosto de 2010

Cleptómano de corazones, 3

-Y ...¿jamás te enamoraste? -le pregunté, debo admitir, con mucha curiosidad.
-Si es que alguna vez lo hice, no me preocupé en cultivarlo. A mi me atraía más saber que los pensamientos de ellas eran míos; además yo sabía muy bien lo que ocasionaba esa cosa del amor, es como un monstruo que te devora el corazón y, en la mayoría de los casos, te deja luego llorando en la oscuridad. Seamos sinceros, a la gente le gusta sufrir por amor; a mí, en cambio, me gustaba ser el promotor de aquello, y pensaba que debido a mi habilidad yo había nacido para hacer eso. ¿Tenía yo razón para hacerles daño? No, y justamente eso era lo que me motivaba, no hay razón más fuerte que la sinrazón. Era de lo más irresistible recibir sus mensajes y llamadas, te habrá pasado alguna vez que se te queda grabado en la mente algún estribillo de una canción vulgar, yo, por mi parte, me pasaba el día canturreando sus voces en mi mente. De cierta forma, te parecerá que fui un esclavo de ellas, pero en realidad yo lo hacía a voluntad y recibía una gran retribución por ello, y era feliz. 
-Ah sí, feliz con la infelicidad de otras; ya me lo habías dicho.
-Exacto, a veces me sentía como un cerdo y a veces como un sabio. Tenía dos pensamientos en mí. Por un lado era un cerdo, ignorante y sólo atento a las gratificaciones materiales de mis víctimas. Pero, otras veces mi mente se inundaba de reflexiones moralistas y terminaba sumido en la desesperación existencialista. Puede ser ...-bajó la mirada al piso y estrechó sus manos-, puede ser que sea ello lo que me ocasionó esta pérdida de mi habilidad. Porque acepto que antes yo era un cerdo feliz, y progresivamente fui teniendo ganas de convertirme en alguien con una perspectiva mucho más amplia, más cosmopolita. Y resulta que ahora estoy en camino de sabiduría, sí, eso es, ahora soy un sabio triste.
-Pero, según parece todavía quieres volver a ser un cerdo, ¿me equivoco?
-La verdad es que, con el tiempo mi mente lo ha ido asimilando de mejor manera. Ahora casi puedo estar seguro de que prefiero ser un sabio triste a un cerdo feliz -dijo estas palabras y curvó sus labios, casi como si quisiera sonreír, casi como si tuviera esperanzas de volver a sentirse bien por sí mismo, de encontrar una nueva forma de vida. Pero entonces una pareja de jóvenes enamorados ingresaron y se colocaron en la mesa más cercana a la nuestra. Él bebió con prisa el resto de su café, yo ya había acabado lo mío, me jaló del brazo y me dijo, casi suplicando-: salgamos. Que asco ...el aire apesta a amor.