lunes, 9 de agosto de 2010

Bufón

He aquí la historia del payaso más triste. Para quien la vida estaba en blanco y negro, a diferencia del colorido maquillaje de su rostro. Le diagnosticaron síndrome bipolar, llamado también síndrome maníaco depresivo. Este conocido payasito aprendió a controlar su enfermedad, y por ello se volvió tan popular como desdichado. Luego de su jornada, no mayor a cuatro horas pues era su máximo, en la que había arrancado tantas risas niños y adultos por igual; se dirigía apresurado a su habitación, en busca de soledad y tristeza. Una habitación sucia, sin energía eléctrica ni de ningún otro tipo, una a la que ni siquiera las cucarachas se aventuraban a explorar, una tan melancólica que sólo la solitaria luna se atrevía a visitar con su plateada luz. Una habitación que, aunque estaba en el último piso, tenía suelo de tierra, tierra estéril como el corazón del desnudo y tibio cuerpo humano que solía acurrucarse en ella. Por eso el payaso siempre olía a tierra, a los niños no les importaba y a los padres les parecía que era porque jugaba con los niños en el jardín, más ni en sus peores sospechas pensarían que era porque él gustaba de cavar un hoyo y permanecer oculto en él. Hacer de bufón era su necesidad, debía ejecutar sus enérgicas rutinas, recitar bromas hasta provocar dolor abdominal en sus espectadores, y esperar hasta que la depresión apareciese. Aquella profesión era la única forma de pasar por desapercibido su enfermedad. Pero había algo más, siempre lo hubo. Los niños; ah, los niños, con sus bien alimentados miembros, sus delicadas pieles, sus suaves cabellos, sus brillantes ojos y sus dulces y pequeños labios. Se parecían demasiado, sí, demasiado a la tierra en la que se envolvía, a la tierra que acostumbraba moler con sus manos, oh, ambos eran tan frágiles, tan insignificantes pero tan llamativos. ¿Cómo poder negarse a estrujarlos?, ellos parecían invitarlo a hacerlo, le mostraban sus pequeñas y rosaditas mejillas, ah, sus perfectas mejillas lucían tan deliciosas como la goma de mascar que con tanto gusto consumían los pequeños, y aquellas manitas gorditas como un bollo, oh no, pero, ¿quién podría negarse? Oh, solo eran humanos pequeñitos, antes de hacerse más ridículos e idiotas, pero es que se veían tan apetitosos, como la tierra, exactamente, sí. 
Cada vez que estaba en su hueco de tierra, era en cambio su suplicio, quería morir, para escapar del otro ser que lo habitaba y que anhelaba estrangular a los pequeños, o pincharlos pensando en que eran globos. Morir, sin embargo, era dejar de sufrir, y el payaso triste sólo quería vivir enfermizamente deprimido, ojalá pudiera quedarse por siempre en ese hueco, respirando desde ahí el húmedo aire de la mañana, la calidez del sol por la tarde y recibiendo, en su cuerpo desnudo por tener así mayor sensibilidad, la nocturna caricia astral.


1 comentario:

  1. puede que no tenga sentido esta frase de Jodorowski pero igual la transcribo:
    "El topo es un animal que cava galerías bajo la tierra buscando el sol y a veces su camino lo lleva a la superficie: cuando ve el sol, queda ciego"

    ResponderEliminar

sé libre