jueves, 6 de agosto de 2015

Selfish regret

Él se asomó por una puerta que yo no había visto, o talvez sí la había visto, pero la había ignorado porque a todas vistas parecía inocua. Entró sin enfrentar mayor resistencia ya que todos mis soldados estaban defendiendo las puertas obvias. Y, después de todo, ¿cuán probable es que un ser tan influyente decida colarse a través de una portezuela? Pero ahora sé que ese tampoco era su plan. Fue cuestión de pura casualidad, yo dejé una puerta sin protección y él simplemente estuvo probando caminos. En alguna ocasión me pareció triste saber que yo no era su primer puerta, y en alguna otra ocasión me terrificó pensar que yo no sería su última puerta. Pero estos pensamientos quedaron cortos cuando presencié exactamente frente a mí, como él ingresaba a otro castillo, a través de una maldita puerta abierta en todas sus anchas.
He querido poder borrar todo rastro de su presencia, pero la cuestión es que parte de él se volvió mí misma en algún momento. No puedo borrarlo porque sería borrarme a mí misma.
A veces me siento tentada a pensar en la enseñanza de esto. Porque quiero justificar este tiempo, porque me niego a aceptar que perdí más que gané, porque aún no puedo ver lo bueno que hay en perder. ¡Cuántas veces he intentado dar con una justificación! Noches enteras y hasta semanas enteras, pero no he encontrado una sola pequeña idea que sirva.
El recuerdo es cruel. Siempre lo es. Y el tiempo no hace nada, no ayuda, a veces hasta lo empeora. Sin embargo, lo más triste es ver a este ser sin verdadero arrepentimiento. Porque el verdadero arrepentimiento es personal, es egoísta. No es sentirse mal por haber herido a otra persona. Eso es tan solo una disculpa pobre, de esas que das en la calle cuando, sin darte cuenta, chocas con otra persona. El verdadero arrepentimiento es cuando te sientes mal porque al herir a otra persona te has herido a tí mismo, porque has herido esa parte tuya que ahora está en otro ser, porque te duele a tí mismo. Y esto sí es personal, te arrepientes porque te duele y no tanto porque te sientes mal por haber herido a otro. Ese es el arrepentimiento que quiero ver en su cara, el arrepentimiento egoísta. Sin embargo, lo único que veo es mi dolor reflejado en su rostro, nada más que eso.

He pensado que quizá sería bueno que tú, mi preciado ser, lo sepas.

sábado, 23 de mayo de 2015

PAS

Supongo que tal vez sea normal en una PAS (persona de alta sensibilidad) esto de quedarse impregnado de las emociones lanzadas por los demás. Independientemente de si se trata de una emoción agradable o no, la cuestión es que me distrae demasiado y pierdo el tiempo. Es como si por defecto estuviera en modo esponja: absorbiendo y absorbiendo. Luego de tan solo haber cruzado unas palabras con alguien, quedo largo rato sin poder concentrarme en lo que quiero porque sigo sintiendo lo que esa persona lanzó, los gestos que hizo, las cosas que dijo y más que nada lo que no dijo. A veces es un fastidio. Al mínimo descuido puede aparecer alguien y lanzar una emoción, y si yo estoy cerca y he olvidado ponerme en modo escudo, actúo como una excelente antena y recibo lo que haya. Es por esto que no me gustan las multitudes y prefiero el aislamiento en casa. Es por esto que frente a varias personas no comparto mucho, y cuando lo hago quedo exhausta y requiriendo reponerme con unos días de soledad.
Y los demás no entienden nada. Me lanzan fácilmente sus adjetivos de "tímida, sensible, antisocial, callada". Lamentablemente, he comprobado, que algunos no pueden siquiera imaginarse lo que se siente. Supongo que esto último es normal, porque yo soy la anormal que tiene la enorme sensibilidad como para ponerse en los pies de casi cualquiera. Sumadle a esto el pertenecer a un país donde la gente nunca ha afinado su sensibilidad a través de artes o algo parecido. Un país donde el arte es concebido como una actividad de vagos.
¿Cómo usar la alta sensibilidad a mi favor? ¿Alguna idea?

About us

Largas caminatas. Somos almas en pena queriendo purgar nuestras consciencias con el dolor de nuestros pies. Más nada funciona. Nada.
No podemos simplemente morir. En toda nuestra vida nos hemos hecho una única promesa: ser valientes. Y sabemos muy bien que morir es lo más cobarde que existe. Los valientes caminamos largos tramos, los valientes nos resistimos a los deseos suicidas, los valientes dormimos solos y en la oscuridad, los valientes también salimos a la luz, los valientes soportamos estar rodeados de cosas y personas estúpidas.
A veces somos uno, a veces somos seis, a veces somos siete, y a veces no somos ninguno. Vivimos pensando porque creemos que para eso vivimos.