lunes, 25 de julio de 2011

Desde el cat's

Él sufría de intolerancia a la vaguería, era uno de esos tipos que no puede estar un segundo sin hacer nada y que tampoco puede verte mientras te las das de vaga. ¿Querías desesperarlo? Pues no tenías que hacer nada, y eso era todo. Por la forma en que me veía, podía apostar a que me odiaba, pero no se concentraba en eso porque se distrairía de sus otros trabajos como mover mesas y limpiar las suciedades de los gatos. No, dar odio era menos importante que tales tareas.
A mi ese restaurante siempre me pareció asqueroso por el hecho de admitir animales, aparte de los comensales. Al principio iba ahí porque estaba cerca de mi supuesto trabajo, pero luego fue sólo para observar al curioso camarero adicto a la actividad que siempre me atendía. No lo describiré físicamente porque hay características más llamativas en su ser, además no tenía nada especial, sólo imaginen la apariencia de un hombre promedio.
Pongámosle un nombre, ¿Juan está bien?, para un hombre de apariencia promedio ahí va un nombre promedio. Ahora bien, yo no había visto nunca a un hombre tan eficiente como Juan. Limpiaba tu mesa mientras te recitaba el menú, luego te decía que volvía en un par de minutos e iba a la mesa siguiente a repetir lo mismo, si a su regreso -casi puedo jurar que en dos exactos minutos, pero siempre me dio flojera comprobarlo- no te habías decidido aún entonces podrías disfrutar de un atisbo de su furia seguido de una sonrisa mientras te recomendaba qué comer, yo diría que más bien te obligaba a escoger. Nunca olvidaba preguntar al final: ¿se le ofrece algo más? Y, si por mala suerte, alguien abría la boca, Juan daba un largo respiro esperanzado en que hasta que el aire deje vacíos sus pulmones el cliente haya ya cerrado la bocaza. Finalmente desaparecía y sólo volvía caminando presuroso con una enorme bandeja de platos encima. La comida estaba  siempre demasiado caliente pero a Juan no le importaba. Así sólo bebieras café, siempre te servía los botes de salsas, y lo hacía con disciplina militar, ordenaba los envases apuntando al este, primero el rojo, luego el amarillo y por último el blanco. Un poco antes de que terminaras tu comida -con la lengua quemada la mayoría de las veces-, él volvía con la cuenta y una sonrisa, de lo más fingida, a agradecerte por haber acudido al cuchitril ese. Se supone que ahí terminaba su trabajo, pero si te quedabas más tiempo viendo simplemente el paisaje, Juan aparecía gustoso a preguntarte si deseabas algo más, no haciendo otra cosa que echarte así fueses el único cliente.
Ese ambiente era enfermizo, y el camarero, aunque eficiente, siempre te caía pesado. Él no era el mejor complemento para una buena digestión, así que sólo ibas ahí si estabas medio loco o llevabas un gato contigo, es decir, si es que estabas medio loco.

jueves, 14 de julio de 2011

Vencida

Vuelvo a lo mismo. Maldecir no ayuda. Nada ayuda. Me pienso perdida. Lo que ha cambiado es que tengo un poco de querer, insignificante para lo que sé que podría alcanzar. Quiero surgir pero no doy muestras de ello. Escribir tampoco ayuda. Me ha vuelto ese dolor de cabeza y esa naúsea cada vez que me pienso. Ojalá pudiera vomitarme a mí misma. No pretendía nada grandioso; sólo quería aprender a controlarme. No pretendía dejar estos deseos no debidos, pero quería poder manejarlos y no que ellos me manejen a mí. No lo he logrado. Se me ocurren muchas otras formas de intentarlo, pero ya no sé si en verdad funcionarán o qué. Esas maneras se me antojan que son la misma cosa pero con mil caras, es mi monstruo de las mil caras. E, incluso, mi problema no está con lo que me hago daño, el problema es el monstruo ese que me hace débil, fácil de tentar, loca.
Su principal característica es hacerme creer que no hay ningún problema y que tengo el control. Nada más falso.

Quise sacar el pie del montón de excremento y terminé mas embarrada que antes. Quise dejar la farsa y trabajar en la realidad, pero finalmente continúo 'viviendo' la farsa y ocultando lo real.

Olvidé que poder ver las estrellas significa no tener techo.

martes, 7 de junio de 2011

Poco sobre genios y monstruos

Hace un tiempo los hombres encontraron cómo despertar a un genio. Tenían buenas intenciones, incluso llegaron a un acuerdo sobre lo que pedirían y nadie se negó a la inocente esperanza de la paz mundial. Finalmente habían encontrado aquellos manuscritos de las antiguas civilizaciones que constituían el eslabón perdido en las historias místicas que todos querían creer; finalmente no quedo ningún escéptico.
Cuando hubieron hecho el rito, por así llamarlo, para despertar al genio, se llevaron una mejor sorpresa. El cielo se ennegreció, cayeron tormentas, rayos y todas aquellas señales que la naturaleza acostumbra dar cuando algo muy malo va a suceder. Entonces vieron que en lugar del genio apareció, por una grieta de la tierra, un monstruo parecido a la más horrenda corrupción de un dragón y que no constituía en absoluto una bestia de magnífica naturaleza; la visión del monstruo alejó los buenos sentimientos de aquellos frágiles corazones humanos y no siquiera necesitó hacer mayor esfuerzo para derrumbar la organización que habíase formado en pos de la armonía anhelada. Parecía ser que la bestia llevaba plagas a donde quiera que fuese, y que la muerte era inevitable. No hace falta especificar las luchas que los hombres tuvieron entre sí; más lo peor fue que ellos cegaron sus espíritus.
No está por demás decir que un ser tan benevolente como aquel genio-ángel, que constituyó la intención original de la empresa de los hombres, obviamente no estaría solo encarcelado en aquel lugar; tenía su guardián. Si vas a  liberar por buenos términos a un encarcelado, es de esperarse que encuentres primero a su celador; y, en este caso, el celador era más bien un amable sirviente del enjaulado quien al verse liberado tardó un poco en atreverse a abandonar su habitual morada. Pensó que sería esperado por quien o quienes fueron en su auxilio, pensó que los seres que lo buscaron estarían esperándolo pacientemente escondidos tras algunas piedras; pero no, ellos estaban ocupados provocándose guerras. El genio vagó por entre ellos con sus mejores modales, mostrándoles su mejor sonrisa; y los humanos no respondían, si es que lo veían era tan sólo para aborrecerlo pensando en que sería otro monstruo. Los hombres estaban tan ocupados lamentándose sus tragedias que a ninguno se le ocurrió siquiera hablarle, siquiera intentar pedirle algo. Y una criatura de tan espléndida naturaleza no podía vivir entre aquella masa desesperada y repugnante; podría decirse que murió de pena.
Al morir, su cuerpecillo vaporoso volvióse casi similar al de un humano, pero era brillante a pesar de ser carne muerta; y tenía alas. Sólo por esto último los hombres se dieron cuenta de lo que era, de lo que había sido, de lo que perdieron. Y lloraron su pena, como si con ello pudieran revivirlo, lloraron como si la historia no les hubiera enseñado a resignarse, lloraron como si fuesen los primeros hombres en la historia, como si ningún conocimiento los antecediera.

jueves, 2 de junio de 2011

BB

Los pájaros tararean podridas melodías a mis oídos, sus alientos fétidos por la carroña me hacen lagrimear, me secan la piel, me estremecen sobre amortiguadamente. Mas sus duros picos no sólo producen horrendos sonidos, también depositan gusanos, gusanos que avanzan campantes marchando con la melodía de la destrucción. Su amor es carcomer con tal morbosa fruición los rescoldos de mis buenos afectos, aquellos que alguna vez me lograron dulces sangrados; ahora, en cambio, me estremece pensar en el charco de ácido que hay donde una vez estuvo mi alma. 

martes, 31 de mayo de 2011

Blue sheep

Oh chica azul, hoy te vi pasar, con tus botas negras (sí, azabache), tu blusa roja (prefieres que diga color sangre ¿verdad?), y tu desdeñado sentido de posicionamiento. ¿Sabes qué día es hoy?, mejor dirías: ¿para qué saber si es igual que ayer? Me parece que a cada paso nos retas a la orgía en la que te anhelamos. Destruyes nuestras visiones, nuestra vida, pero sólo para edificar tus castillos azules desde las ruinas. Nos unes cuando nos dejas y regresas apenas nos sentimos capaces de murmurar sin ti. Eres la encorvada, la que saca pecho, de veras eres. Te agarras de nuestro “soy” mientras que nos dejas ilógicos con el “yo” y las acciones. Apareces cada luna azul, nos impregnas de ningún perfume, y nos lees los versos de conversión para ovejas azules.

domingo, 15 de mayo de 2011

Suini

Algunos de nosotros nos dedicamos a observar al resto de cerdos. Existen cerdos que intentan no parecerlo; existen cerdos que se paran a hablar frente a otros cerdos intentando dirigirlos; existen cerdos que se aislan y prefieren ocultarse en la esquina de la porqueriza; mis favoritos de observar son aquellos que renunciaron a contentarse con las lavazas diarias esperando algún día descifrar algo. Pero los cerdos no estamos solos, existe un cuidador; algunos aseguran haberlo visto, y el resto dice sentir su presencia. Todos a la final concordamos que el cuidador, en caso de existir, no hace más que observar. Me he preguntado si será talvez porque existen otros a más de nosotros, los cerdos; pueda que a pocos pasos de nuestra porqueriza exista un corral de ovejas, o de cabras; ¿habrá un pastor dedicado a ellos o será el mismo que para nosotros?
Los cerditos queremos ser felices, pero cuando lo somos extrañamos no serlo. ¿Las cabras sentirán lo mismo?
Dicen que los cerditos estamos emparejados, dicen que cuando nuestro cuidador entra a nuestra pocilga y coge a uno de nosotros es para llevarlo a una mejor cochinera; dicen también que sólo somos materia creciente que algún alimentará los mezquinos gustos de un grupo de pastores.
Hay cerdos que no creen en nada, ni en sí mismos, cerdos que asesinan al resto, cerdos que trafican con sus hermanos, cerdos que intentan abrir un hueco en la sucia fortaleza que nos encierra; y, en medio de ellos, hay cerdos que aman, cerditos tiernos, cerdos magníficos, cerdos que nos hacen pensar en que quizá nuestra raza no es tan mala.
Esta marrana naturaleza ha sido aceptada. Iré a seguir pensando en mi propia inmundicia.

sábado, 26 de marzo de 2011

I Falsos laureles I

Como resultado del letargo consciente exiguo de inspiración -o a lo que sea que los letrados se refieran con esta palabra- en el que, obligadamente, me he visto inmersa, algunas de mis conclusiones (ciertas o no, no lo sé) han pedido ser escritas:
  • Pensar demasiado es un problema común en los depresivos.
  • Es cierto que el agua es vida, ambas son tan insaboras.
  • Y no importa cuanta agua tomes, no le hallarás sabor. Lo mismo aplica a su homólogo.
  • La vida es analógica. Todo lo digital tiene lógica.
  • El único pensamiento que un vejatorio cerebro puede irrigar gira en torno al goce de la autodestrucción.
  • Es mejor tratar con alguien insoportable que con tu yo interno haciéndote vacilar sobre lo que quieres.
  • Todo lo que tienes es lo que crees tener.
  • Sabes que ya eres lo suficientemente mayor cuando vuelves a leer cuentos para niños.
  • Las buenas intenciones existen, pero están camufladas bajo un manto de invisibilidad.
  • Leer foros de depresión me anima.
  • Ni el pesimismo en su versión más estricta ha causado tantos estragos como la 'sana' práctica de insistir en que la esperanza es lo último que se pierde.
  • Si tienes una respuesta a todo, es porque estás tan inflado de endorfinas que te crees mago.
  • Lo que escribes en una clase aburrida, rodeada de cuerpos cuya única manifestación de vida son los bostezos, es definitivamente lo mejor que puede vomitar tu cerebro para apaciguar la desesperación.