domingo, 15 de mayo de 2011

Suini

Algunos de nosotros nos dedicamos a observar al resto de cerdos. Existen cerdos que intentan no parecerlo; existen cerdos que se paran a hablar frente a otros cerdos intentando dirigirlos; existen cerdos que se aislan y prefieren ocultarse en la esquina de la porqueriza; mis favoritos de observar son aquellos que renunciaron a contentarse con las lavazas diarias esperando algún día descifrar algo. Pero los cerdos no estamos solos, existe un cuidador; algunos aseguran haberlo visto, y el resto dice sentir su presencia. Todos a la final concordamos que el cuidador, en caso de existir, no hace más que observar. Me he preguntado si será talvez porque existen otros a más de nosotros, los cerdos; pueda que a pocos pasos de nuestra porqueriza exista un corral de ovejas, o de cabras; ¿habrá un pastor dedicado a ellos o será el mismo que para nosotros?
Los cerditos queremos ser felices, pero cuando lo somos extrañamos no serlo. ¿Las cabras sentirán lo mismo?
Dicen que los cerditos estamos emparejados, dicen que cuando nuestro cuidador entra a nuestra pocilga y coge a uno de nosotros es para llevarlo a una mejor cochinera; dicen también que sólo somos materia creciente que algún alimentará los mezquinos gustos de un grupo de pastores.
Hay cerdos que no creen en nada, ni en sí mismos, cerdos que asesinan al resto, cerdos que trafican con sus hermanos, cerdos que intentan abrir un hueco en la sucia fortaleza que nos encierra; y, en medio de ellos, hay cerdos que aman, cerditos tiernos, cerdos magníficos, cerdos que nos hacen pensar en que quizá nuestra raza no es tan mala.
Esta marrana naturaleza ha sido aceptada. Iré a seguir pensando en mi propia inmundicia.

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