martes, 11 de octubre de 2011

Las peores pesadillas las he vivido estando despierta. No son llenas de monstruos ni en situaciones peligrosas. No han sucedido en escenarios apocalípticos. De hecho, he estado rodeada de gente hermosa, en ambientes limpios y perfumados. La pesadilla es aquel pensamiento que no permite disfrutar la ausencia de factores estresantes. La pesadilla es no poder sentir la felicidad como otros la sienten. El sueño empieza siempre siendo neutro, luego el dulce sueño se convierte en pesadilla. Pesadilla de la que no se puede ya esperar salir.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Puñetazos de amor

Caminaban por la noche en el parque que parecía estar desierto. Tomados de la mano, suspirando, haciendo que las plantas florezcan a su paso...y todo aquello. Llevaban ya un año juntos.
   -Preciosa, ¡ven conmigo! -gritó un muchacho que apareció por otro camino del parque. Iba solo y no se acercó demasiado a la pareja pero la luz del farol era suficiente para iluminar su mueca lujuriosa.
El novio de la joven frunció su cara y miró con odio al muchacho que no dejaba de mirarla y sonreír. ¡Cuántas veces había tenido que soportar a tipos como aquel! Casi siempre se encontraban a alguno, no importaba si acudían a lugares desolados o si salían a horas en que la gente prefería permanecer en casa. Y siempre había escuchado las patanerías más sucias dirigidas a su chica, y siempre sin poder hacer nada más que alejarse. ¡Cuánta rabia acumulada! No podía ir a golpear al pendejo que tenía enfrente porque eso no resolvería nada, más tarde o al siguiente día aparecería otro para importunarlo. La raza de los pendejos estaba ampliamente extendida y su chica parecía ser el imán de ellos. Pero qué odio que sentía, y qué ganas de destrozar algo, ganas de destrozar algo hermoso, sí, tal ves por ahí...
   -¡Ya estoy harto! -gritó dirigiendo una mirada endemoniada a nadie en particular.
Lo siguiente que hizo fue cerrar y abrir sus ojos como quien pronuncia una oración, selló su mano en un puño,  se acercó a la joven y le asestó un puñetazo en plena nariz. El muchacho que había molestado soltó un '¡Ah!' que quedó ahogado en el aire por el grito de la joven. Ella tenía la hermosa nariz destrozada, la sangre salía a raudales y el rostro empezaba rápidamente a inflamarse.
   -¿Y ahora, cabrón? ¿La seguirás molestando? 
El muchacho se alejó del lugar, completamente anonadado.
   -No te preocupes, ahora sólo en mi mente sé cuan hermosa eres. La belleza se te iba a ir en unos años, pero mi amor nunca disminuirá.
La joven, con ojos llorosos, lo quedó viendo. Siempre había sabido que su amor era un poco retorcido. Sólo quería pensar en que ella lo amaba y que él a ella.



Diálogos y descripciones reducidos en cuanto a brutalidad (;

martes, 23 de agosto de 2011

"más muerto que los antiguos"

Hoy amanecí con unas irresistibles ganas de joder mi vida. Por suerte apareció un ataque de pereza que no me llevó sino a dar vueltas en la cama mientras mi espalda ardía por falta de ejercicio. Momentos después de haber estado divagando entre sueños y fantasías, mi cuerpo se accionó y como máquina empezó a vestirse y salió a caminar. Este cuerpo que no me deja en paz quería toparse con otros de su especie y unirse a la burla general de las cárceles de almas. Cuando por un momento se descuidó, pude vencerlo y subirme a un transporte. Yo sólo me senté al borde de la banca y vi a través de la ventana cómo aquellos sacos de colores manejaban coches, llevaban de la mano a sacos pequeños y a saquitos en brazos, se reunían a moldearse el saco entero mientras otros se lo rellenaban, algunos sacos lucian muy descuidados, tenían aberturas cicatrizadas ¿intentaron acaso liberar lo que había dentro?, por el otro extremo también vi a sacos empecinados en ser bellos saquitos y nada más con sus, en exceso, cuidadas superficies. Me despisté por un momento de mirar porque desde la banca de adelante venía un bullicio infernal incapaz de no incomodar, entonces vi lo que era. Era una bolsa de piel llena de ira y esculpida con forma humana. Arriba tenía un agujero por donde soltaba tanta mierda lingüística como mierda material soltaba por el agujero de abajo. Y hablaba, por supuesto, sobre su saco que ya no era deseado por el saco que la acompañaba, "...y al que me diga que haga ejercicio, pues que se lo meta por el culo, no me importa y a ti menos..." Claro que le importaba.
Mucho más tarde vi a algunos voluptuosos sacos que salían a venderse, así que decidí que era hora de regresar al aburrimiento casero. Puedo estar toda la noche pensando en darme un tiro en la cabeza y sintiéndome un vejete, pero a la vez también puedo descifrar algunas cosillas que me inquietan. Ahora ya sé de dónde venía ese jodido sonido que no me dejaba dormir. Venía de las calles. Debajo de las calles. De las alcantarillas. ¿Y qué es lo que corre por las alcantarillas? Pues las lágrimas de las ratas.

Y respecto a aquella mercancía del corazón llamada amor, claro está que prefiero contrabandear.

lunes, 25 de julio de 2011

Desde el cat's

Él sufría de intolerancia a la vaguería, era uno de esos tipos que no puede estar un segundo sin hacer nada y que tampoco puede verte mientras te las das de vaga. ¿Querías desesperarlo? Pues no tenías que hacer nada, y eso era todo. Por la forma en que me veía, podía apostar a que me odiaba, pero no se concentraba en eso porque se distrairía de sus otros trabajos como mover mesas y limpiar las suciedades de los gatos. No, dar odio era menos importante que tales tareas.
A mi ese restaurante siempre me pareció asqueroso por el hecho de admitir animales, aparte de los comensales. Al principio iba ahí porque estaba cerca de mi supuesto trabajo, pero luego fue sólo para observar al curioso camarero adicto a la actividad que siempre me atendía. No lo describiré físicamente porque hay características más llamativas en su ser, además no tenía nada especial, sólo imaginen la apariencia de un hombre promedio.
Pongámosle un nombre, ¿Juan está bien?, para un hombre de apariencia promedio ahí va un nombre promedio. Ahora bien, yo no había visto nunca a un hombre tan eficiente como Juan. Limpiaba tu mesa mientras te recitaba el menú, luego te decía que volvía en un par de minutos e iba a la mesa siguiente a repetir lo mismo, si a su regreso -casi puedo jurar que en dos exactos minutos, pero siempre me dio flojera comprobarlo- no te habías decidido aún entonces podrías disfrutar de un atisbo de su furia seguido de una sonrisa mientras te recomendaba qué comer, yo diría que más bien te obligaba a escoger. Nunca olvidaba preguntar al final: ¿se le ofrece algo más? Y, si por mala suerte, alguien abría la boca, Juan daba un largo respiro esperanzado en que hasta que el aire deje vacíos sus pulmones el cliente haya ya cerrado la bocaza. Finalmente desaparecía y sólo volvía caminando presuroso con una enorme bandeja de platos encima. La comida estaba  siempre demasiado caliente pero a Juan no le importaba. Así sólo bebieras café, siempre te servía los botes de salsas, y lo hacía con disciplina militar, ordenaba los envases apuntando al este, primero el rojo, luego el amarillo y por último el blanco. Un poco antes de que terminaras tu comida -con la lengua quemada la mayoría de las veces-, él volvía con la cuenta y una sonrisa, de lo más fingida, a agradecerte por haber acudido al cuchitril ese. Se supone que ahí terminaba su trabajo, pero si te quedabas más tiempo viendo simplemente el paisaje, Juan aparecía gustoso a preguntarte si deseabas algo más, no haciendo otra cosa que echarte así fueses el único cliente.
Ese ambiente era enfermizo, y el camarero, aunque eficiente, siempre te caía pesado. Él no era el mejor complemento para una buena digestión, así que sólo ibas ahí si estabas medio loco o llevabas un gato contigo, es decir, si es que estabas medio loco.

jueves, 14 de julio de 2011

Vencida

Vuelvo a lo mismo. Maldecir no ayuda. Nada ayuda. Me pienso perdida. Lo que ha cambiado es que tengo un poco de querer, insignificante para lo que sé que podría alcanzar. Quiero surgir pero no doy muestras de ello. Escribir tampoco ayuda. Me ha vuelto ese dolor de cabeza y esa naúsea cada vez que me pienso. Ojalá pudiera vomitarme a mí misma. No pretendía nada grandioso; sólo quería aprender a controlarme. No pretendía dejar estos deseos no debidos, pero quería poder manejarlos y no que ellos me manejen a mí. No lo he logrado. Se me ocurren muchas otras formas de intentarlo, pero ya no sé si en verdad funcionarán o qué. Esas maneras se me antojan que son la misma cosa pero con mil caras, es mi monstruo de las mil caras. E, incluso, mi problema no está con lo que me hago daño, el problema es el monstruo ese que me hace débil, fácil de tentar, loca.
Su principal característica es hacerme creer que no hay ningún problema y que tengo el control. Nada más falso.

Quise sacar el pie del montón de excremento y terminé mas embarrada que antes. Quise dejar la farsa y trabajar en la realidad, pero finalmente continúo 'viviendo' la farsa y ocultando lo real.

Olvidé que poder ver las estrellas significa no tener techo.

martes, 7 de junio de 2011

Poco sobre genios y monstruos

Hace un tiempo los hombres encontraron cómo despertar a un genio. Tenían buenas intenciones, incluso llegaron a un acuerdo sobre lo que pedirían y nadie se negó a la inocente esperanza de la paz mundial. Finalmente habían encontrado aquellos manuscritos de las antiguas civilizaciones que constituían el eslabón perdido en las historias místicas que todos querían creer; finalmente no quedo ningún escéptico.
Cuando hubieron hecho el rito, por así llamarlo, para despertar al genio, se llevaron una mejor sorpresa. El cielo se ennegreció, cayeron tormentas, rayos y todas aquellas señales que la naturaleza acostumbra dar cuando algo muy malo va a suceder. Entonces vieron que en lugar del genio apareció, por una grieta de la tierra, un monstruo parecido a la más horrenda corrupción de un dragón y que no constituía en absoluto una bestia de magnífica naturaleza; la visión del monstruo alejó los buenos sentimientos de aquellos frágiles corazones humanos y no siquiera necesitó hacer mayor esfuerzo para derrumbar la organización que habíase formado en pos de la armonía anhelada. Parecía ser que la bestia llevaba plagas a donde quiera que fuese, y que la muerte era inevitable. No hace falta especificar las luchas que los hombres tuvieron entre sí; más lo peor fue que ellos cegaron sus espíritus.
No está por demás decir que un ser tan benevolente como aquel genio-ángel, que constituyó la intención original de la empresa de los hombres, obviamente no estaría solo encarcelado en aquel lugar; tenía su guardián. Si vas a  liberar por buenos términos a un encarcelado, es de esperarse que encuentres primero a su celador; y, en este caso, el celador era más bien un amable sirviente del enjaulado quien al verse liberado tardó un poco en atreverse a abandonar su habitual morada. Pensó que sería esperado por quien o quienes fueron en su auxilio, pensó que los seres que lo buscaron estarían esperándolo pacientemente escondidos tras algunas piedras; pero no, ellos estaban ocupados provocándose guerras. El genio vagó por entre ellos con sus mejores modales, mostrándoles su mejor sonrisa; y los humanos no respondían, si es que lo veían era tan sólo para aborrecerlo pensando en que sería otro monstruo. Los hombres estaban tan ocupados lamentándose sus tragedias que a ninguno se le ocurrió siquiera hablarle, siquiera intentar pedirle algo. Y una criatura de tan espléndida naturaleza no podía vivir entre aquella masa desesperada y repugnante; podría decirse que murió de pena.
Al morir, su cuerpecillo vaporoso volvióse casi similar al de un humano, pero era brillante a pesar de ser carne muerta; y tenía alas. Sólo por esto último los hombres se dieron cuenta de lo que era, de lo que había sido, de lo que perdieron. Y lloraron su pena, como si con ello pudieran revivirlo, lloraron como si la historia no les hubiera enseñado a resignarse, lloraron como si fuesen los primeros hombres en la historia, como si ningún conocimiento los antecediera.

jueves, 2 de junio de 2011

BB

Los pájaros tararean podridas melodías a mis oídos, sus alientos fétidos por la carroña me hacen lagrimear, me secan la piel, me estremecen sobre amortiguadamente. Mas sus duros picos no sólo producen horrendos sonidos, también depositan gusanos, gusanos que avanzan campantes marchando con la melodía de la destrucción. Su amor es carcomer con tal morbosa fruición los rescoldos de mis buenos afectos, aquellos que alguna vez me lograron dulces sangrados; ahora, en cambio, me estremece pensar en el charco de ácido que hay donde una vez estuvo mi alma.