Mmmm, te despiertas y sabes que es el último día del año. A lo lejos suenan camaretas y sabes que hoy alguien saldrá seriamente herido por no saber cómo usarlas. Sabes que hoy algunos intentarán suicidarse, les deseas suerte. Otros tendrán la decepción de que han tenido un pésimo año y no son muy optimistas respecto al siguiente. Alguien habrá por ahí haciendo una larga lista de expectativas y metas. Otro, con otra larga lista, estará enviando al diablo todo lo malo que le pasó y puteando, al estilo del grinch, de uno en uno a quienes le hicieron el año imposible. Algunos de tu generación prefieren embrutecerse y vivir la transición al año nuevo mientras están adormecidos por alcohol y hierba. Olor a gente pensando "nah, hoy es el último día, no importa". A la media noche una madre cantará a su bebé en la cuna, un padre borracho gritará a su familia, alguien llorará la muerte de un querido, alguien se entregará a las delicias del cuerpo y alguien verá las estrellas pensando en la simplicidad y lo sórdido de su naturaleza.
Este día tiene más sentido que el 25 porque en una frase deseas más de tres cientos días de bienestar a alguien y no sólo un tacaño día para 'celebrar el cumpleaños' de alguien en quien ni crees. Empieza el temblor de los corazones anhelantes, de los miedosos, de los dejados, de los enérgicos. Se elevan las columnas de humo gracias a esa bendita costumbre de quemar muñecos y, en el cielo nublado, aparecen enormes luces de colores que no verías si no fuera porque alguien más quiere celebrar a lo grande. Aprovechas las felicitaciones porque sabes que te las pueden quitar, como todo, como cuando tu madre te decía: "yo te di la vida y te la puedo quitar" Así que sencillamente te duermes con tu alma desnuda llena de deseos y pides que te despierten cuando pase el temblor.
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