Acostada sobre un duro colchón, sin sábanas ni cobijas. En una habitación que apesta a mezcla de cemento y arena. Los perros ladrando fuera como si el propio demonio anduviera cerca. Con la cara doliéndome por tanta sonrisa forzada. Mi espíritu buscando la comodidad de la oscuridad. El cerebro carcomido por los gusanos de la psicosis. Recordándome que todavía falta por resolver si la locura no es más que un nivel superior de lucidez que la limitada capacidad humana no puede manejar.
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