A veces su amor era como papel absorbente. Y a veces era yo su sumidero. Cambiábamos nuestros centros de universo a cada momento. No respetábamos la gravedad. No había leyes entre nosotros. Él decía que éramos diferentes, yo decía que sólo éramos.
Él era mi locura más razonable y yo su más loca sensatez. No se puede decir que nos complementábamos, nunca habíamos sentido necesidad de ello. Éramos algo que no nos importaba definir ni nombrar. Sabíamos que éramos algo y, la mayoría de las veces, eso bastaba.
No nos dimos poder para perdernos porque nunca nos entregamos el uno al otro. No peleábamos, eso no tenía sentido entre nosotros. Pelear sirve cuando se sabe que uno está dispuesto a ceder o a rendirse. Y esas no eran opciones para nosotros.
¿Nos gustaba pensar en el futuro? Sí, porque sabíamos que no lo tendríamos. Era tan agradable.
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