"Íbamos con Laína en una salida normal de chicas a comprar chucherías y mirar vitrinas. Decidimos tomar el autobús porque queríamos pasar todo el tiempo posible entre las tiendas.
Lamentablemente, como es sabido, un autobús no es el lugar donde se encuentra sólo el tipo de gente que te gustaría. En la siguiente parada a la nuestra subió un tipo alto de piel morena, grandes ojos negros, corpulento, con una cicatriz perfilándole la mandíbula y, sobretodo, la mirada y actitud de alguien a quien no le preocupa la moral, ética ni ninguna norma social.
"A que te gusta", dijo Laína con un molestoso golpe de codo en mis costillas (odio que la gente haga eso).
Por supuesto que me gustaba. Se trataba del típico gusto a los chicos malos, y no duró sino dos cuadras hasta que el hombre de la cicatriz decidió que el bus estaba muy aburrido y empezó un escándalo al arrebatarle los aretes a una vieja. Obviamente el tipo no había desarrollado esa habilidad de los maleantes para reconocer a una víctima apasible porque la vieja resultó ser histérica y orgullosa poseedora de una voz similar a fregar un caucho contra un vidrio.
Entonces le siguió el mismo proceso de siempre.
Llegó el ayudante a intentar calmar los mares. El de la cicatriz se defendió como animal al aumentar su agresividad, y la vieja tampoco quedó atrás. El ayudante lucía como balletista entre un grupo de mosheros y la gente no desembarcaba del bus con tal de no perderse el incipiente show. El sigiloso ayudante no era nada efectivo, no despertaba aquel sentimiento de autoridad o de miedo. Era más bien un molesto adorno en la escena: distraía la vista del resto de personas que vestía andrajos, ya sea por antiguos o rotos por ser requisito de sus modas."
Muy bien, ahora conviene no hablar ya del susodicho ladrón ni de la vieja sino que nos ocuparemos de asuntos más importantes como en ver la reacción de este montón de gente.
Por una esquina tenemos a la típica madre con su hijo. El niño es ya lo suficientemente maduro como para darse cuenta del mal comportamiento del hombre de la cicatriz hacia la anciana, pero no lo suficientemente maduro como para ver la semejanza entre el acto que sus ojos presenciaron con el acto que sus manos hacen semanalmente cuando hurta una cuantas monedas del bolso de su madre. La madre es lo suficientemente experimentada como para no sobresaltarse pues sabe que actos así pasan muchas veces cada día, pero lo que aún no aprende a recordar, a pesar de su experiencia, es que ciertos objetos valen más por lo que representan que por el dinero que reportan; esto es dicho porque lo primero que dijo cuando entendió el motivo del chillido de la vieja fue: "no valen más de cinco dólares".
Por la otra esquina tenemos un pequeño grupo de estudiantes de instituto. Esta es fácil. Digamos que la presencia del grupo empuja a que cada uno de sus integrantes pugne por agradar al resto valiéndose de bromitas que vocean a un nivel suficientemente alto para ser escuchados por sus compañeros pero lo suficientemente bajo como para que no les cause problemas con el resto de pasajeros. Lo que ellos opinan individualmente queda cancelado por el deseo grupal de pasar un buen rato.
Por la parte delantera tenemos al conductor del autobús que no ha dejado de manejar y apenas ha lanzado unas cuantas miradas al espejo retrovisor para enterarse del incidente. Una preocupación está naciendo en su interior: los nuevos pasajeros que abordan el autobús no han sido vistos por el ayudante y por tanto no han pagado aún el valor del transporte, también es posible que los pocos que se han bajado tampoco hayan pagado. La preocupación crece conforme las llantas ruedan. También ha empezado ya a pensar en despedir al ayudante alegando ineficacia.
Hay un grupo de gente que no se ha inmutado por el hecho y han continuado pensando en sus asuntos corrientes mientras esperan pacientemente a que el autobús llegue a la parada que necesitan.
¿Y sería demasiada coincidencia que en el autobús se encontrara otro ladrón? No, este mundo está lleno de coincidencias, y de ladrones. El segundo ladrón es de otro nivel. Hace tiempo que pasó del robo de aretes en autobuses, por tanto no hace falta recalcar que está condenando al otro ladrón por cada error cometido. Primero: si no tuviste otra opción más que robar en medio de mucha gente pues de inmediato te escapas o te mezclas, pero no te quedas junto a la víctima como un solemne idiota. Segundo: los aretes están dentro de la clase de cosas complicadas de robar y en la clase de las que la mayoría de las veces usarás la fuerza; así que debes asegurarte que el objetivo valga la pena, y, ciertamente, aquel par de grandes, brillantes, y casi ridículos aretes no eran el caso; cualquier buen ladrón, al igual que cualquier mujer con conocimiento básico de joyas, se daba cuenta de que eran alhajas baratas. Tercero: si te pillan en pleno acto y tienes la oportunidad de devolver lo robado y salir intacto pues debes hacerlo, pero no ponerte a competir en reclamos como lo hacía el de la cicatriz con la vieja.
En cuanto al ayudante diremos que se esfuerza por encontrar una forma de resolver el problema. Lamentablemente es su primera vez con un ladrón. Lo más cercano que ha estado a un percance parecido fue hace dos días cuando tuvo que lidiar con un maleante que se negaba a pagar, pero la cuestión no fue mayor: el tipo malo se cansó de que lo moleste pidiendo el dinero así que se bajó a un par de cuadras desde donde había abordado. Pero ahora, el tipo de la cicatriz definitivamente estaba buscando lío; pensó que era del tipo de maleantes que se dedicaban a cometer actos sólo por el gusto que sentían al provocar desordenes. Por eso es que el ayudante no mostraba actitud de superioridad, sabía que al tipo de la cicatriz debía hacerle sentir como que era el dueño de la situación, esperar y luego probablemente se aburriría y se iría. Porque a la final de todo, todos nos aburrimos ¿no?
Era un asunción no del todo desacertada la del ayudante. Pero así como el mundo está lleno de coincidencias sucede que también pasan cosas ridículas e increíbles justo cuando piensas que todo se arreglará como siempre se ha arreglado.
"Habían pasado ya unos diez minutos entre las acusaciones de la vieja y las sucias réplicas del de la cicatriz. Laina y yo decidimos que no veríamos nada más interesante, además estábamos ya cerca de las tiendas, así que decidimos bajarnos en la siguiente parada. Juro que vi al de la cicatriz lanzarme una mirada cuando nos movimos con Laina cerca de la puerta de salida. Cuando el bus empezaba a frenar, el ladrón corrió hacia la puerta de salida y nos empujó a la acera a Laina y a mi. Pero no paró ahí sino que intentó cruzar la avenida sin cuidarse de los vehículos. No es difícil imaginarse que murió al instante. Un vehículo blindado, de esos que llevan dinero a los cajeros automáticos, se encargó de matarlo en segundos. Tampoco es difícil imaginarse el titular de la noticia al siguiente día en el periódico local: "Ladrón muere por un par de aretes" ¿Y cómo estaba escrita la noticia? Pues en el tono más amarillista posible. Lo sé porque fuimos nosotras las fuentes de información para esa periodista, información que luego había sido tan deformada como el cuerpo del ladrón luego del accidente. Y ya me cansé, mejor les describiré los adorables bolsos y zapatos que compramos con Laína:...xxx"
Laína y su amiga primero amaron al de la cicatriz por encontrarlo físicamente atractivo, luego lo odiaron por haberlas lanzado contra la acera. Luego sintieron lástima por la horrible forma en que murió. Y luego lo olvidaron porque nunca sintieron nada real por él. Porque nunca les importó.
Y así, se olvida fácilmente a quien no te importa. Y viceversa.
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