Hace dos semanas que había empezado aquel libro, lo atrapó desde la primera ojeada que le dedicó. Rememoraba todavía en su mente el gesto de sorpresa de la vieja de la librería cuando escuchó que alguien le ofrecía dinero por el exiguo vejestorio que no logró recordar de dónde lo había rescatado. Él creía que era toda una obra digna de la más fastuosa condecoración. Lo leía como postre en cada comida diaria, antes de dormirse, antes de despertar, en el autobús. Las páginas eran volteadas animosamente y el restante enflaquecía como una mujer bulímica. Permanecía pegado al libro como si éste lo atara por pequeñas raíces. Decidió que aquella noche lo acabaría. Preparó un cómodo asiento, se rodeó de una copa de agua, otra de vino, tres finos bombones, una lustrosa manzana verde y, desde el techo la blanca luz de la lámpara lo focalizó igual que un solitario artista en el escenario. El último capítulo se llamaba “1 de Noviembre” e, igual que todos los títulos anteriores, indicaba la fecha de los sucesos. Mordisqueó el primer bombón y leyó cómo la protagonista llegaba a la casa de su siguiente víctima: ella caminó de largo hasta el salón de estudio respetando perfectamente el silencio de la morada, disfrutó por unos minutos del olor dulzón a chocolate y vino, asomó su pálida mirada y lo observó, solo y desprotegido, bañado por la luz de la estancia como si estuviese en un interrogatorio, pero no era así, él ya estaba juzgado y condenado igual que lo había estado el resto. Luego leyó cómo ella veía temblar a su presa. Él tembló. Apareció un sonido agudo en su oído derecho y descuidó la lectura por un instante; pensó que era como… “el chillido de una rata”, y recordó que era así como lo habían descrito los personajes atormentados de los capítulos anteriores; su ansia por volver a la lectura se incrementó y se rellenó de placer apenas vio la primera letra. Ella había ya empezado su trabajo, leyó él. El hombre no pudo dejar de leer el libro a pesar que ya sabía cómo terminaba, era una atracción difícil de explicar, ahora podía entender por qué las victimas anteriores no dejaban de leer pudiendo así evitar su fin, por qué, a pesar de que tenían el mando de la muerte en sus manos, simplemente perdían el control; sin embargo, lo que más ira le dio antes de morir fue que había olvidado que aquel día era 1 de Noviembre.
Un buen detalle la fecha; me recordó a “Continuidad de los Parques” de Cortázar
ResponderEliminarSí, exacto, ahora sé de dónde salió. Inspirado en Cortázar.
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